El alargamiento de la vida exige adaptaciones.
No es lo mismo tener 30 años ahora que haberlos tenido hace medio siglo. Las
mujeres bien lo saben, que paren primerizas por la cuarentena y se estrenan de
madres cuando antes estaban ya secas. La cosa, pues, se aprecia en la biología,
incluido el cerebro, su plasticidad y toda esa barahúnda de sinapsis que
explican un yo. No es lo mismo un cerebro actual de 30 años que el cerebro de
tu abuelo cuando tenía 30 años. Ahora estamos más in fieri, sin terminar la obra, y las conductas y los juicios
acentúan una deficiencia de madurez en edades que antaño correspondían ya a
auténticos patres familias. Pero lo
malo es que la sociedad, como en tantas otras cosas, vive de espaldas a los
hechos y concede la dirección a muchos que aún no han completado su mapa
neurológico.
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